martes, 25 de septiembre de 2007


EL CORREO DE BURGOS, SÁBADO 22 DE SEPTIEMBRE DE 2007
OPINIÓN
TRIBUNA LIBRE

El último día de mi vida
MANUEL PRADO ANTUNEZ*

Éste es el título que ha decidido po­ner a su primera novela el autor burgalés Marcial Izquierdo. No­vela que edita Bruño, y que apare­ce en un esquema de novela bre­ve, juvenil, y dirigida a un público adolescen­te, entre los doce y los… Precisamente, una lectura ingenua de la novela, nos abocaría a contestar en los puntos suspensivos, diecio­cho ...
Porque la novela, en un registro reduc­tor de su lectura, nos lleva a un mundo ju­venil, donde los adolescentes que pululan por la misma, semejan criaturas indolentes que esperan la campana que indica la fina­lización del tiempo pausado, para iniciar, acto seguido, el tiempo de la ruptura, el tiempo «online», que es un acto seguido so­bre puntos suspensivos.
La novela breve y de lectura que engan­cha, se inicia en el principio de un día nor­mal, donde los adolescentes lesivos que la protagonizan, centran su vida en que lle­gue la noche y todo el alcohol que les inunda, les induzca a renunciar al amor y a la vida en el acto egoísta de demostrar su propia iniciativa impulsiva, su thanatos vital.
Esta lectura merece la pena, como un momento transversal en el aprendizaje que nos procura el propio desarrollo como per­sonas.
Una lectura menos reductora, ampliaría la edad a la que va dirigida la novela, con­virtiéndola en una novela para mayores con reparos metafísicos.
Efectivamente, esta segunda lectura se iniciaría de raíz en el propio título, y cabal­garía a través del mismo. Asistimos al últi­mo día de mi vida, de su vida, de nuestra vida: un último día que puede ser hoy mis­mo, ahora ...
Perplejos comprobamos que a pesar de que va a resultar el último día, no nos inva­de, en ningún momento, esa serena sensa­ción de posteridad con la que maquillan a los personajes cinematográficos.


«Nunca sabemos si
vivimos ya el dorso
de nuestras vidas, el
instante donde sólo
se precisa ir
manejando esas
últimas palabras
por las cuales nos
recordarán»

Nunca sabemos si vivimos ya el dorso de nuestras vidas, el instante donde sólo se precisa ir manejando esas últimas palabras por las cuales nos recordarán. Hoy pienso que quizá ni siquiera sean palabras dicta­das en la ultimidad del suspiro de finalización, sino convencidas palabras que sur­gen de aquellas personas que viven en la querencia de la posteridad, a la retaguar­dia del desarrollo vital.
Esta lectura nos urge encontrar respues­ta a la ausencia de este sentimiento de pos­teridad, que configura el rostro de la socie­dad actual, donde nada de lo que ocurre es vicisitud, efecto y orden.
Una tercera lectura de las posibles, nos presenta el libro entero como una sola pre­gunta que requiere nuestra atención, una posterior reflexión para alcanzar una res­puesta. La pregunta es simplicísima, ¿qué es la amistad?
Todo el libro esta configurado por esta pregunta, como si las propias letras salta­ran de un lado a otro y, ante nuestros ojos apareciera siempre. De esta manera, el au­tor revela la necesidad de posterioridad que nuestra época ha ocultado, y, por otra parte, nos dirige al real concepto que no parece conformar a la persona ética, la amistad. ¿Adhesión? ¿Intimidad? ¿Lealtad?
Esta lectura hace que el libro se dirija a todos, pero, especialmente, a aquellos que deben hacemos crecer como personas, a los educadores o padres, o al padre que to­do niño lleva dentro (y todo adulto, por cierto).
El último día de nuestra vida no es un día online, no es un día egoísta, es un día donde la posteridad se halla como raíz del que emerge, y que se eleva sobre los pila­res de la adhesión, la lealtad y, por qué no, la intimidad. No en balde la comprensión filosófica de la Vida sólo se alcanza cuando se urdimbra la misma con estos mimbres.
*Manuel Prado Antunez es escritor

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